XV
Y ¿para qué hablar más de los mortales? Miren al cielo y maldigan mi nombre si encuentran a un dios que no sea despreciable y repugnante, a menos que esté bajo mis cuidados. ¿Por qué ven siempre a Baco como un muchacho de cabellera ondulante? Sencillamente porque es un insensato y borracho; y porque se pasa la vida en banquetes, bailes, cantos y juergas, sin tener ningún contacto con Palas. Está tan lejos de ser considerado como sabio que disfruta de ser difamado y burlado. No se ajusta con él aquel proverbio que lo llama estúpido, y que dice: más tonto que Mórico. Este apodo de Mórico se le puso porque los insolentes campesinos embadurnaban con mosto e higos la estatua sedente de Baco a la puerta de su templo. ¿Pero es que la comedia antigua deja de insultarlo? Le dicen: ¡Dios estúpido, estirpe digna de la ingle de Júpiter!
Sin embargo, ¿no es mejor ser vano y estúpido como éste, y estar siempre de fiesta, siempre joven, siempre listo para la juerga y para provocar la alegría, que ser como aquel Júpiter astuto, para todos temible, o como Pan, que todo lo confunde con sus convulsiones, o el tiznado Vulcano, siempre escuálido por el ajetreo de su fragua, o la misma Palas, siempre terrible, por su lanza, su gorgona y su siniestra mirada?
¿Por qué Cupido es siempre niño? ¿Acaso no es porque es un bromista que hace y piensa todo al revés? ¿Y por qué la dorada Venus conserva intacta su belleza? Sencillamente porque tiene algún parentesco conmigo, ya que no hay más que mirarle la cara para descubrir en ella el calor de mi padre. Por algo Homero la llama la purpúrea Afrodita. Y si debemos creer a los poetas y a sus adversarios, los escultores, siempre está riendo. ¿A qué diosa los romanos adoraron más vehemente que a Flora, madre de toda voluptuosidad?
Por lo tanto, si alguien quiere revisar la vida de los dioses severos en Homero y en los demás poetas, encontrará la estupidez en todas partes. ¿Será necesario que me explaye en las andanzas de los otros dioses, cuando conocen de sobra los amoríos y desatinos de Júpiter tonante? ¿Es que no saben cómo la casta Diana, olvidada de su sexo, se dedicaba a la caza de Endimión, perdida como estaba por él? Prefiero que lo oigan de la boca de Momo, a quien antes, frecuentemente, solían escuchar. Pero también se sabe cómo lo arrojaron a la tierra no hace mucho tiempo junto con Ate, porque sus salidas inoportunas resultaban indudablemente incómodas para la felicidad de los dioses. Desde entonces, ningún mortal quiere asilar a este proscrito. Todavía es mucho más dificil encontrárselo en los palacios de los príncipes, donde por el contrario reina mi amiga Kolakía, la adulación, que se lleva ciertamente tan mal con Momo como el cordero y el lobo. Ya sin él, los dioses pudieron entregarse más lujuriosa y licenciosamente, sin ningún censor, como cuenta Homero, a hacer lo que quisieran.
¿Qué clase de bromas hace este Príapo desde la higuera? ¿Quién no se ha reído con los trucos y juegos de manos de Mercurio? Vulcano mismo acostumbraba a hacer de bufón en los banquetes de los dioses y alegraba la ronda de los bebedores no sólo con su cojera, sino con sus ocurrencias y sus chistes ridículos. ¿Y qué decir de aquel viejo verde, Sileno, que le gustaba bailar el córdax al son de la lira con Polifemo? Mientras tanto, las ninfas bailan la Gimnopaidía, los sátiros semicaprinos representan farsas atelanas y Pan divierte a todos los que prefieren oír su aburrida cancioncita antes que a las mismas musas, sobre todo cuando el néctar comienza a emborrachar a los asistentes. ¿Para qué recordar ahora lo que hacen los dioses, bien bebidos después de los banquetes? Es algo tan estúpido que, ¡por Hércules!, no puedo dejar de reír. Sin embargo, quizá sea mejor recordar a Harpócrates, no sea que nos esté espiando algún dios desde el Parnaso córico cuando contamos cosas que ni el mismo Momo pudo relatar libremente.
XVI
Ya es hora de dejar a los dioses en el cielo para regresar a la tierra, como hace Homero, donde no veremos nada alegre y placentero que no sea ciertamente gracias a mí. Y lo primero que se advierte es cuán sabiamente la Naturaleza, madre y artífice del género humano, ha cuidado de que no falte el condimento de la estupidez o la insensatez.
Si admitimos la definición de los estoicos, sabiduría no es más que dejarse llevar por la razón; y estupidez es ser arrastrado por las pasiones. Entonces, ¿cómo se explica que para que la vida no sea tan triste y lúgubre Júpiter haya colocado en ella más dosis de pasión que de razón? ¿No es igual a comparar una onza con una libra?
A su vez, si se piensa bien, relegó la razón a un pequeño rincón de la cabeza, mientras dejó el cuerpo al dominio de las pasiones. Enfrentó a dos tiranos muy potentes dentro de cada uno de nosotros: la ira, situada en la fortaleza del pecho, para así dominar mejor el corazón, fuente de la vida; y la concupiscencia, que extiende su gran imperio hasta los genitales.
La vida del hombre muestra, claramente, lo que puede hacer la razón contra el ímpetu combinado de estos dos ejércitos enemigos. Lo único que puede hacer es gritar hasta enronquecer, dictando normas de honestidad. Pero ellos se burlan de su reina y soberana y gritan más desaforadamente, hasta que cansada abandona y se entrega.
XVII
Al hombre debía favorecérsele con un poquito más de razón para que pudiese tomar resoluciones dignas de él, -ya que está llamado a manejar los asuntos de la vida-. Para tal propósito, me llamó Júpiter a conversar y, como antes, le di un consejo digno de mí. Le propuse que le diera una mujer, -animal ciertamente estúpido e incapaz, pero lleno de gracia y dulzura-. Su presencia en el hogar condimenta y endulza con su estupidez la rigidez del carácter masculino. La aprensión que parece tener Platón sobre si se debe clasificar a la mujer entre los animales racionales o los irracionales, no busca más que mostrar la suprema estupidez de su sexo. Y si, por casualidad, alguna mujer quiere ser considerada como sabia, no consigue más que ser doblemente estúpida, como si -aunque no le guste a Minerva- alguien tratara de arrastrar a un buey a luchar en la arena. Efectivamente, quien contra la naturaleza fuerza su manera de ser y adopta unas cualidades fingidas, duplica su carencia. Ya el refrán griego lo indica: Una mona es una mona, aunque se vista de púrpura, y una mujer será siempre mujer, o sea, estúpida, cualquiera que sea la máscara que utilice.
Sin embargo, supongo que las mujeres no son tan tontas como para enojarse conmigo por el simple hecho de que yo misma, mujer, la estupidez, les critique su estupidez. Ya que, si lo examinan bien, se darán cuenta de que a partir de la estupidez son en muchos aspectos más favorecidas que los hombres. En primer lugar, tienen el atractivo de su belleza, -que ellas saben valorar por encima de todo-, con cuyo encanto tiranizan a los mismos tiranos. ¿El carácter de cordura no es por cierto el que exige al hombre ese aspecto de descuido, la piel de oso, la barba enmarañada y la apariencia anticipada de anciano? ¿La mujer no conserva acaso las mejillas resplandecientes, la voz fina, el cutis delicado, inmutable recuerdo de la juventud eterna?
¿Y qué otra cosa quieren en esta vida más que gustar a los varones lo más posible? Si no, ¿para qué tanto cuidado, tanto maquillaje, baño y peinado, tantas cremas y perfumes, y ese arreglarse, pintarse y ensombrecer la cara, los ojos y la tez? Y pregunto, ¿esa loca coquetería no es lo que las hace triunfar sobre los hombres? No hay nada que los hombres no dispensen a las mujeres. Y ¿a cambio de qué? Sólo el placer. Sólo su loca vanidad es lo que les encanta en ellas. Piense de esto lo que quiera, nadie negará la cantidad de estupideces que el hombre dice a una mujer y las tonterías que hace cuando intenta seducirla y poseerla.
XVIII
Hay varones, sobre todo viejos, que prefieren el vino a las mujeres, y que se divierten en las mesas de bebedores. Resuelvan otros si puede haber sin mujeres un gran banquete; pero algo es verdad: no hay buena comida si no va rociada de cierta estupidez. Efectivamente, si no hay convidado que haga reír con verdadero o fingido humor, se paga a un bufón o se invita a un pedigüeño grotesco para que con sus estúpidas ocurrencias espante al silencio y a la tristeza del salón. Díganme, ¿tiene algún propósito atiborrar el estómago de dulces, golosinas y exquisitos platos, si al mismo tiempo ojos, oídos y espíritu no se deleitan con risas, bromas y chistes?
Y aceptarán que, metidos en harina, yo soy la única que gobierno el asilo. ¿Quién sino yo organiza la ceremonia del banquete, la elección del rey al azar, los dados, los brindis recíprocos, la ronda interminable de las copas, los cantos, bailes y gestos de los invitados coronados de mirto? No fueron concebidas por los siete sabios de Grecia, sino por mí, para diversión de la humanidad. Por lo tanto, se diría que cuanta más estupidez estos entretenimientos amontonan, tanto más favorecen a la vida humana que, si es triste, ni merece llamarse vida. Y no dejará de ser triste hasta que con esta clase de diversiones espanten al tedio, gemelo de la tristeza.
XIX
No desconozco que hay personas que repudian este tipo de placeres y que buscan diversión en el afecto y compañía de los amigos. Sostienen que la amistad está por arriba de todo, ya que ni el aire, ni el fuego, ni el agua pueden comparárselo. Su alegría es tal que anularla sería como anular el sol; y si viene al caso, tan noble que ni los mismos filósofos dudan en clasificarla entre los bienes más fundamentales. Y ... ¿si compruebo que también yo soy el alfa y el omega de esta gran virtud? Y ciertamente que lo comprobaré, no por el silogismo del cocodrilo, ni del sorites cornudo, o del ceratines, o con cualquier otro artificio dialéctico, sino de manera vulgar y señalando con el dedo. ¿Acaso esa especie de afecto y admiración por alguno de los vicios de los amigos como si fueran virtudes un poco no se parece a la estupidez, la complicidad, la hipocresía, la alucinación y debilidad?
¿No es estupidez acaso ese beso en el lunar de la amiga, o el disfrute de la verruga nasal de su querida? ¿O cómo considerar ese estrabismo del padre que ve a su hijo levemente tuerto? Repítase dos y tres veces que es pura estupidez y, sin embargo, aceptemos que es la única que une y mantiene unidos a los amigos.
Lógicamente hablo del común de los mortales, de aquéllos que ninguno nace sin defectos y el mejor es el que menos se ve mortificado por ellos. Pero entre esos sabios divinizados, la amistad no se crea o transcurre de manera aburrida o triste. Y sólo entre unos pocos. Aunque sería mejor decir ninguno, ya que la amistad sólo se da entre iguales y la mayoría de los hombres tiene sus momentos locos y delira de varias formas. Si aparece entre estos austeros hombres una benevolencia recíproca alguna vez, nunca puede ser duradera y firme, lo que no debe sorprender en gente tan maliciosa y con vista tan penetrante como el águila o la serpiente de Epidauro para resaltar los errores de los amigos. La ceguera no permite ver sus propios errores y no ven la alforja que les cuelga a la espalda. Así es la naturaleza humana, que no deja sin grandes defectos ni a los sabios. Y asimismo hay tanta diferencia de edades y de interés, tantas caídas y errores, tantos cambios en la vida que uno se pregunta: ¿es posible que pueda existir ni durante una hora siquiera la alegría de la amistad entre estos Argos sin eso que los griegos llamaban euezeia que puede traducirse como simpleza, o buenas maneras? ¿Acaso el ciego Cupido no es responsable y animador de toda relación amistosa, él que ve lo feo como hermoso?; ¿y quien hace que cada uno de nosotros encuentre hermoso lo que tiene, que el viejo ame a su vieja y el muchacho a su chica? Todo el mundo sabe y se burla de estas cosas y, no obstante, por absurdas que sean, hacen la vida amable y unen y agrupan a los humanos.
XX
Lo apuntado de la amistad hay que trasladarlo con mucha más razón al matrimonio. ¿No es el matrimonio la unión de dos personas de por vida? ¡Dios santo, qué divorcios habría, o algo peor, si la diaria intimidad doméstica de marido y mujer no se sostuviera y alimentara gracias a la adulación, lisonjas, tolerancias, astucias y fingimientos! ¿ Creen que si el novio investigase cautamente a qué clase de juegos se había entregado esa muchachita, al parecer tan educada y decente, antes de casarse, habría matrimonio? Y ¿piensan que permanecerían unidos muchos de ellos si muchas de las aventuras de las mujeres no quedaran ocultas por el descuido estúpido de sus maridos?
Efectivamente, a la estupidez todo esto se le atribuye. Y además debemos reconocerle que, gracias a ella, la esposa sea atractiva al marido y éste a su mujer, la casa se mantenga tranquila y haya armonía. Es centro de risa y de burla, se lo llama cornudo, ciervo y qué sé yo cuántas cosas más, mientras bebe las lágrimas de la muy puta. Pero ¿no es mejor y más feliz vivir así engañado que sufrir unos permanentes celos que todo lo revuelven y lo exageran?
XXI
En resumen, sin mí no habría ningún tipo de sociedad ni relación humana agradable y firme. Sin mí el pueblo no soportaría por mucho tiempo a su gobernante, ni el amo al sirviente, la criada a la señora, el maestro al discípulo, el amigo al amigo, la mujer al marido, el propietario al inquilino, el camarada al camarada, el anfitrión al invitado. Indudablemente, no podrían tolerarse si recíprocamente no se engañaran, halagándose unas veces, consintiendo otras, y por último -digámoslo así- untándose con la miel de la estupidez. Sé que en esto les parece que voy demasiado lejos, pero oirán mayores cosas todavía.