“¿Quién ignora que la edad más alegre del hombre es con mucho la primera, y que es la más grata a todos?” (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, capítulo XIII).
Estulticia no sólo es la responsable del origen de la vida, sino que también está presente a lo largo de todas sus etapas, aunque de distinta manera. Durante la infancia se manifiesta con claridad, pues sólo gracias a ella los niños son capaces de soportar las lecciones de sus maestros y ganarse los beneficios de sus protectores. Por eso, siempre tenemos ganas de abrazarlos y de besarlos, siempre acabamos perdonando sus travesuras (o riéndonos con ellas).
También durante la juventud está presente Estulticia. A ella se debe el encanto que tiene esta etapa, caracterizada por su falta de sensatez. Son los años más placenteros en la vida de cualquier persona, de los que se tiene siempre un mejor recuerdo. Es el momento en el que nos sentimos capaces casi de cualquier cosa, por muy difícil o absurda que sea.
Sin embargo, a medida que el ser humano crece empieza a cobrar prudencia, como dice Estulticia. Entonces “descaece su hermosura, languidece su alegría, se deshiela su donaire”. Cuando llega a su edad adulta, el hombre debe organizar su vida, hacer frente a las preocupaciones que le van surgiendo… Es una etapa más dura y pesada, en la que se aleja de Estulticia y de los placeres que ésta podría proporcionarle.
Finalmente, llega la vejez. Este es un momento molesto tanto para los que lo sufren como para los que conviven con ellos. Ningún mortal sería capaz de soportarlo si Estulticia no estuviera allí para devolverlo de nuevo a su infancia. En este sentido, hay gran parecido entre los niños y los ancianos: ambos divagan y tontean. De hecho, los dos disfrutan mucho en compañía. Así pues, la Insensatez, en la última etapa de la vida se apiada de aquellos que deben soportar el peso de los años y los libera de sus preocupaciones: “he favorecido al viejo haciéndole delirar […] gracias a mi favor el viejo es feliz, grato a sus amigos y no tiene nada de inepto para las fiestas”.
Estulticia debe convencer al público de lo necesaria que es. Por eso, se sitúa en la fuente misma de la vida. En este sentido, es capaz de hacer que el más sabio recurra a ella si quiere ser padre, pues es “aquella otra parte tan estulta y tan ridícula, que no puede nombrarse sin suscitar risa, la que propaga el género humano”. Y, por otra parte, “¿qué mujer permitiría el acceso de un varón si conociese o considerase los peligrosos trabajos del parto o la molestia de la educación de los hijos?” o “¿qué hombre ofrecería la cabeza al yugo del matrimonio si, como suelen hacer los sabios, meditase antes los inconvenientes que le traerá tal vida?” (capítulo XI). Así, en el matrimonio y en la procreación está presente Estulticia a través de algunos de sus acompañantes como la Demencia o el Olvido (éste hace que una mujer que haya pasado por estas incomodidades decida repetirlas).
También al amor, tan relacionado con estos aspectos, tiene parentesco con Estulticia: “¿por qué es siempre niño Cupido? ¿Por qué si no por ser un bromista y no hacer ni pensar nada nunca a derechas?” (capítulo XV). A menudo se habla del amor como de algo irracional, que no se puede evitar ni controlar por muy perjudicial que pueda resultar. Se dice que es ciego (ajeno a todo defecto, cualquier inconveniente que pueda provocar), y a eso se refiere también la Locura cuando dice: “Cupido, padre y autor de todo afecto, que, por obra de su ceguera, toma lo feo por hermoso, hace que entre vosotros cada cual encuentre hermoso lo que ama, de suerte que el viejo quiera a la vieja como el mozo a la moza” (capítulo XIX). Pero, ¿es esto una prueba definitiva de lo irracional del amor? Si el viejo quiere a la vieja no es porque no la vea tal como es, sino por lo que ella le aporta, por la unión que hay entre los dos, porque le resulta más afín a él mismo que cualquier joven. ¿Eso no tiene nada de racional? Nos acercamos a quien despierta en nosotros estos sentimientos aunque no nos convenga si lo que recibimos a cambio –o lo que creemos que podemos recibir- es más que lo que vamos a perder –o lo que creemos que podemos perder-, si pensamos en ese momento que merece la pena. No todo en el amor puede ser impulso y ceguera, pues éstos no suelen durar mucho. En cada decisión que tomamos, en cualquier aspecto de nuestra vida, la razón y los sentimientos se entremezclan sin que podamos diferenciarlos del todo. Nunca la razón puede ser acallada del todo y nunca los sentimientos pueden olvidarse. Es posible que a veces primen más unos u otra, pero al fin y al cabo dejarse llevar por un impulso en un determinado momento no deja de ser una decisión.
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