domingo, 28 de febrero de 2016

LA GRAN CARTA PERSA


-Las cartas Persas de Montesquieu
















Como curiosidad os dejo fragmentos de las Cartas Persas de Montesquieu:

Yo soy un hombre que toda la noche la ocupo en observar con anteojos de treinta pies esos vastos cuerpos que giran encima de nuestras cabezas; y cuando me quiero desahogar, cojo mis microscopios y contemplo un arador o una hormiga. No soy rico y no tengo más que una pieza, donde no me atrevo a encender lumbre a causa de mi termómetro, que se elevaría con calor artificial. El invierno estuve a pique de morirme de frío... [...] Soy poquísimo comunicativo, y no conozco ni uno siquiera de todos mis vecinos; pero hay un sujeto en Estocolmo, otro en Lipsia y otro en Londres, que no he visto en toda mi vida, y que sin duda nunca veré, con los cuales tengo una correspondencia tan tirada...

Actualmente no sé que haya en toda mi casa un mueble fabricado después de la decadencia del imperio romano. Poseo una coleccioncita de manuscritos muy preciosos y muy caros, y puesto que voy perdiendo la vista por leerlos todavía más quiero servirme de ellos que de los ejemplares impresos, que no son tan correctos y todo el mundo los puede leer. [...] Notará vm. entre otras una disertación donde hago ver que la corona que llevaban los antiguos capitanes cuando triunfaban era de roble y no de laurel; y le pasmará otra que corrobora con las más doctas conjeturas, sacadas de los escritos griegos más fidedignos, que Cambises fue herido en la pierna izquierda y no en la derecha.

  • CARTA CXLV. USBEK, á UN hombre de talento casi nunca es bien visto en las sociedades. Pocas gentes le gustan ; se aburre con muchisimas personas que se empeña en tener por toscas , es imposible que no dé á conocer que le incomodan ,y asi se grangea en ellos otros tantos enemigos. Cierto de agradar quando quiera , no se cura muchas veces de ser agradable. Es inclinado á la critica , porque vé mas cosas que otro , y las discierne mejor. Gasta casi siempre lo que tiene , porque para esto le sugiere su entendimiento mas medios que á otro. Le salen mal sus proyectos , porque arriesga mucho. Su vista que siempre alcanza mucho trecho
  • PERSIANAS; 299le muestra objetos que están rnui remotos , sin contar con que quando concibe un plan , le hacen menos impresion las dificultades que proceden de la cosa , que los remedios que son de él , y que saca de su. inteligencia propia. Descuida las menudas circunstancias , de las piales pende el logro de casi todos los negocios importantes. Por lo contrario un hombre mediano procura aprovecharse de todo, conociendo que no puede dexar perder nada por sus negligencias. Generalmente la narobacion universal la consigue el hombre mediano. Todo el mundo se complace en dar á este , y quitar á aquel. Mientras que se ceba la envidia en el uno , y nada le perdona , lo suplimos todo en beneficio del otro, declaran- dose en sti abono nuestra vanidad. • Y sí á tantos iírconvenientes está sugeto el hombre de talento , que dirémos de la suerte des- dichada de los doctos ? Siempre que pienso en ella me acuerdo de la carta de un docto á uno de mis amigos ,que copio aqui « Mui señor mío : yo soy un hombre que toda » la noche la ocupo en observar con anteojos de treinta pies , esos vastos cuerpos que giran en- » cima de nuestras cabezas , y quando me quiero desahogar cojo mis microscopios , y contemplo » un arador ó una hormiga. » No soy rico , y no tengo mas que una pieza , » donde no me atrevo á encender lumbre , á causa de mi termometro , que se elevaría con el calor » artificial. El hibierno pasado estube á pigu.e de • morirme de frío , pero aunque mi termometro • que había Laxado mucho me advirtiese de que • se me iban á helar las manos , no hice caso c ninguno y asi tengo el consuelo de saber pun-
  • .loo CARTAS » tuaimente las mas insensibles mudanzas de tiempo » del año pasado. » Soy poquisimo comunicativo , y no conozco » ni uno siquiera de todos mis vecinos ; pero hay » un sugeto en Estocoine io , otro en Lipsia , y » otro en Londres que no he visto en toda mi » vida ,y ue sin duda nunca veré , con losq » piales tengo una correspondencia tan tirada , que jamas dexo pasar correo sin escribirles. « Mas aunque con nadie me trato en mi barrio , » tengo en todo él tan mala reputacion que al » cabo me veré forzado á mudarme. Cinco años » ha que me llenó de improperios una vecina , » por haber disecado un perro que decíaque » era suyo : la muger de un carnicero que » se hallabapresente se puso de su parte , » y mientras que me echaba la una mil maldi. » ciones , la otra me estropeaba á cantazos , á la mí y al doctor ....... que estaba conmigo , y » que recibió una tremendapedrada en el hueso » frontal y occipital ; por señas que de resultas » ha padecido mucho su juicio. Desde entonces » asi que se va un perro á otra calle , luego fallan » que me ha pasado á mí por las manos. Una » buena vecina que había perdido un gozquecillo , » que decía que le quería mas que á sus hijos, » se vino á desmayar el otro día á mi quarto , » y no hallandole me citó á comparecer ante el » magistrado. Creoque nunca me he de ver libre • de la impertinente malicia de estas mugeres que » me atolondran continuamente con sus chillidos , » predicandome el sertnon de honras de quantos automatos han muerto de diez años á esta parte. » Quedo , etc. » Antiguamente á todos los sabios los acusaban de magicos ,no lo extraño. Cada uno decíay
  • PERSIANAS; 9JOI para si yo tengo tanto talento natural como es posible. No obstante cierto docto me lleva ven. tajas ; luego es fuerza que tenga pacto con el diablo. Ahora que se desprecian semejantes acu– saciones han tomado .otro giro , y apenas puede un sabio evitar que le acusen de irreligion ó he- regia. Poco importa piel" absuelva el pueblo ; la llaga se hizo , y nunca queda bien cicatrizada siempre es la parte herida la mas flaca. Treinta años despues le dirá con mucha hypocresia un enemigo : no permita Dios que asegure yo ser cierto el cargoque á Vd. hacían ; lo que sé es que se vió obligado á justificarse. De este modo su propia justificacion le viene á ser perjudicial. Si escribe una historia , y tiene el animo ele- vado , y el corazon recto, le suscitan mil perse- cuciones. Irritarán contra él al magistrado por un acontecimiento sucedido mil años hace , y querrán que su pluma , si no es cautiva , sea venal. Con todo esto mas feliz es todavía que aquellos `villanos seres que abandonan la verdad por una mez.. quina pension ; que si se cuentan una por una sus im. posturas todas s las venden á menos de ochavo cada una ; que destruyen la constitucion del im. perio , disminuyen los derechos de un poder , y aumentan los del otro , dan á losprincipes , quitan á los pueblos , resuscitan fueros rancios, alhagan las pasiones mas acreditadas en la epoca en que escriben , y los vicios de los que reynan , engañando la posteridad , eso mas torpemente que menos aiiedios tendrá para contradecir su testimonio. Mas no paran los trabajos de un autor en sufrir todos los baldones de que he hablado , no paran en haber vivido en continuos temores acerca de la aceptacion de su obra ; al cabo sale á laadlouzl publica el libro que tanto que hacer le ha d
  • 3o2 CARTAg y le ocasiona enojos por todas partes. Y como los ha de evitar? Era de una opinion , y la ha sust.entado en sus escritos , sin saber que otro que vive doscientas leguas de su residencia había llevado la contraria , .-y yl tenemos la guerra en- rendida. Vaya aun si pudiera esperar estimacion. Pero no. Quando mas , le aprecian aquellos que se han aplicado al mismo genero de ciencias que él. Un filosofo desprecia altamente á un hombre que tiene atestada la cabeza de hechos ,y este le paga tenien.4 dole por un loco que sueña adefesios. Mientras tanto los que profesan una arrogante ignorancia quisieran que se sepultara todo el linage humano en el olvido en que ellos se han de sumir. Aquel á quien le falta una habilidad se desquita haciendo alarde de despreciarla , y removiendo este obstaculo que entre el merito y él se encontraba , ,se halla á nivel con aquel cuyas tareas le asustan. Finalmente los sabios es fuerza que se resignen á una reputacion equivoca , á privarse de los placeres y á perder la salud. De Paris , 26 de la luna de Chabola , i lao CARTA CXLVI. USBEK ec REDI, á Veneck. Mucrtios tiempos hace que se ha dicho que el alma de un gran ministro era la buena fé. Un mero particular puede disfrutar de la os- curidad en que vive , y solo con algunas personas se desacredita ,conservando su disfraz con los de- mas pero un ministro que peca contra la probidad
  • PEkSTA1ÁS. 303 tantos testigosy tantos jueces tiene quantas son las gentes que gobierna. Sí , me atrevo á decirlo , no es el mayor. mal que puede hacer un ministro sin probidad deservir á su príncipe , y arruinar el pueblo ; otro per- juicio ocasiona , mil veces en mi entender mas grave , que es el mal exemplo que da. Ya sabes que he viajado mucho por la India. Alli he visto una nacion naturalmente generosa , pervertida en un instante desde el mas menudo individuo hasta el mas opulento , por solo el mal exeniplo de un ministro : he visto un pueblo entero; en quien se reputaban prendas ingenitas en todos -tiempos la generosidad , la honradez 1 el candor y la buena fé , convertirse á deshora en el postrero de los pueblos ; cundir la enfermedad , sin peral donar m á los miembros mas sacrosantos ; cometer infamias los sugetos mas virtuosos , y violar la jus- ticia con el futil pretexto de que la habían violado con ellos ; invocar leyes odiosas en amparo de las reas villanas acciones ,y calificar de necesidad la sinrazon y la alevosía. He visto desterrada la fé dé los contratos , aniquilados los mas sagrados pactos , trastornadas todas las leyes de las familias. He visto deudores -codiciosos , ufanos con una insolente pobreza. , indignos instrumentos del furor de las leyes , y el rigor de los tiempos , fingir un pago en vez de efectuarle , y clavar el puñal en el pecho de sus bienhechores. He visto otros mas infames todavía comprar por casi nada , 6 mas bien levantar del suelo hojas de robles ,para sustituirlas á la sustancia de' las viudas y los huerfanos. He visto encenderse á deshora en los corazones -una insaciable sed de riquezas. He visto formarse
  • 3o4 C ARTAS en un punto una detestable conjuracionpara enri. quecerse , no con un honroso trabajo y una ge - nerosa industria , sino por medio de la ruina del príncipe , del estado y de los ciudadanos. He visto en aquellos desventurados tiempos acostarse un ciudadano honrado diciendo : hoy he dexado pereciendo una familia ; mañana dexard por puertas otra. Otro decía , voy con un hambre negro que lleva un tintero en la mino , y un hierro afilado en el bolsillo á asesinar á todos aquellos que han sido mis bienhechores


LETTER CXLV1

carta 145

Usbek to * * *
A MAN of genius is usually fastidious in society.  He chooses few acquaintances; he finds the vast majority of people whom he
 is pleased to call bad company very tedious; and as he cannot altogether hide his disgust, he makes many enemies.
    Sure of pleasing when he likes, he very often does not like.
    He is much given to criticism, because he sees and feels more than others.
    He almost always ruins his fortune, because his genius supplies him with a great variety of means for that purpose.

    He fails in his undertakings because he attempts too much.  His vision, which carries far, causes him to have in
view objects which are too remote.  It must also be remembered that, in projecting a scheme, he is less impressed
by the difficulties which spring from it, than by the means of overcoming them, which he derives from his own resources.
    He neglects minor details, although upon them the success of almost all great enterprises depends.
    The mediocre man, on the other hand, tries to make use of everything, he is so well aware that he cannot afford to neglect trifles.
    Universal approbation is very generally accorded to the mediocre man.  Every one is delighted to give the latter praise,
and enchanted to withhold it from the former.  While envy expends itself on the one and nothing is forgiven him,
everything is construed in the other's favour; vanity declares itself on his side.
    But if so many disadvantages burden the man of genius, what is to be said of the hard lot of a scientific man?
    I never think of it without recalling a letter written by a savant to one of his friends. Here it is:

"SIR, -I am a man whose nights are spent in studying through telescopes thirty feet long  those great bodies which roll over our heads;
and when I wish for relaxation, I take my little microscopes and examine a maggot or a mite.
    "I am not rich, and I have only one room; I dare not even light a fire in it, because the unnatural warmth would cause the mercury
to rise in my thermometer, which at the lowest, told me that my hands were freezing, I did not put myself about.

And I have the consolation of knowing exactly the slightest changes in the weather for the whole of the past year.
    "I have little intercourse with others; and among all the people whom I meet, I know no one.  But there is a man at Stockholm,
another at Leipsic, and another at London, whom I have never seen, and whom I shall doubtless never see, but with whom
I keep up a correspondence so punctual, that I do not miss a single post.

    "But although I know no one in my neighbourhood, my reputation here is so bad, that I shall sooner or later require to leave it.
Five years ago I was grossly insulted by a woman for having dissected a dog which she pretended belonged to her.
The wife of a butcher, who happened to be present, took her side.  And, while the one abused me heartily,
the other pelted me with stones, along with Dr. * * *, who was in my company, and who received such dreadful blows on the head,
both back and front, that his mind was much shaken.
    "Since that time, whenever a dog strays away from the street corner, it is at once taken for granted that he has
passed through my hands.  A decent citizen's wife, who had lost her pet dog, which she said she loved better
than her children, came the other day and fainted in my room; not finding her dog, she summoned me before the magistrate.
I believe I shall never be delivered from the persistent malice of these women, who, in shrieking tones,
din me daily with the funeral oration of all the beasts that have died during the last six years.  I am," etc.

    All scientific men were formerly accused of magic.  I am not surprised at it.  Each one said to himself,
"I have carried human capacity as far as it can go; and yet a certain savant has distanced me: beyond doubt he deals in sorcery."

    Now that accusations of that kind have been discredited, another course has been taken;
and the scientific man can hardly escape the reproach of ungodliness or of heresy.

It is of little consequence that the people hold him innocent: the wound once made can never be quite closed again.

It will always be a tender spot.  An opponent will come thirty years after and say to him in an unassuming way,

"God forbid that I should think you have been accused justly; but you were obliged to defend yourself."


And thus his justification itself is turned against him.


    If he writes a history, and shows himself of high intelligence and some share of righteousness, a thousand unjust
accusations are brought against him.

Some one will stir up the magistrate against him about an incident that
took place ages ago, and if his pen is not to be bought they would have it restrained.

    They are more fortunate, however, than those recreants who renounce their faith for trifling pension; who hardly make a
single farthing by all their impostures; who overturn the constitution of the empire, diminish the rights of one state
to increase those of another, give to princes what they have taken from the people, revive the obsolete rights,
humour the passions which are in vogue in their time, and the favourite vices of the king; imposing upon posterity all
the more infamously, that means are lacking to destroy their evidence.


    But it is not enough that an author should have to endure all these insults; it is not enough that he should have
been continually anxious about the success of his work.  When it sees the light at last, that work, which has cost
him so much, brings down upon him quarrels from all quarters.  How can he avoid them?  He holds an opinion, and maintains
it in his writings, quite unaware that another man two hundred leagues away asserts the very reverse.  There you have
the way in which war arises.


    But may he not hope to acquire some degree of fame?  No; at the most he is only esteemed by those who have studied
the same branch of science as he.  The philosopher has a supreme contempt for the man whose head is stuffed with facts;
and he in his turn is looked upon as a visionary by the possessor of a good memory.
    As for those who profess  haughty ignorance, they would have all mankind buried in the same oblivion as themselves.
    When a man lacks a particular talent, he indemnifies himself by despising it: he removes the impediment between him and merit;
and in that way finds himself on a level with those of whose works he formerly stood in awe.
    Lastly, an author requires in pursuit of an equivocal reputation to abstain from all pleasure and sacrifice his health.

Paris, the 26th of the moon of Chahban, 1720.

1  The eighth letter added in 1754.

Forward



  *********************+

   Lettre 145

Usbek à***.
Un homme d'esprit est ordinairement difficile dans les sociétés; il choisit peu de personnes; il s'ennuie avec tout ce grand nombre de gens qu'il [?139?] lui plaît appeler mauvaise compagnie; il est impossible qu'il ne fasse un peu sentir son dégoût: autant d'ennemis.

Sûr de plaire quand il voudra, il néglige très souvent de le faire.

Il est porté à la critique, parce qu'il voit plus de choses qu'un autre et les sent mieux.

Il ruine presque toujours sa fortune, parce que son esprit lui fournit pour cela un plus grande nombre de moyens.

Il échoue dans ses entreprises, parce qu'il hasarde beaucoup. Sa vue, qui se porte toujours loin, lui fait voir des objets qui sont à de trop grandes distances. Sans compter que, dans la naissance d'un projet, il est moins frappé des difficultés, qui viennent de la chose, que des remèdes qui sont de lui, et qu'il tire de son propre fonds.

Il néglige les menus détails, dont dépend cependant la réussite de presque toutes les grandes affaires.

L'homme médiocre, au contraire, cherche à tirer parti de tout: il sent bien qu'il n'a rien à perdre en négligences.

L'approbation universelle est plus ordinairement pour l'homme médiocre. On est charmé de donner à celui-ci, on est enchanté d'ôter à celui-là. Pendant que l'envie fond sur l'un, et qu'on ne lui pardonne rien, on supplée tout en faveur de l'autre: la vanité se déclare pour lui.

Mais, si un homme d'esprit a tant de désavantages, que dirons-nous de la dure condition des savants?

Je n'y pense jamais que je ne me rappelle une lettre d'un d'eux à un de ses amis. La voici:

MONSIEUR, [?140?]


Je suis un homme qui m'occupe, toutes les nuits, à regarder, avec des lunettes de trente pieds, ces grands corps qui roulent sur nos têtes; et, quand je veux me délasser, je prends mes petits microscopes, et j'observe un ciron ou une mite.

Je ne suis point riche, et je n'ai qu'une seule chambre; je n'ose même y faire du feu, parce que j'y tiens mon thermomètre, et que la chaleur étrangère le ferait hausser. L'hiver dernier, je pensai mourir de froid, et, quoique mon thermomètre, qui était au plus bas degré, m'avertît que mes mains allaient se geler, je ne me dérangeai point, et j'ai la consolation d'être instruit exactement des changements de temps les plus insensibles de toute l'année passée.

Je me communique fort peu, et, de tous les gens que je vois, je n'en connais aucun. Mais il y a un homme à Stockholm, un autre à Leipsick, un autre à Londres, que je n'ai jamais vus, et que je ne verrai sans doute jamais, avec lesquels j'entretiens une correspondance si exacte, que je ne laisse pas passer un courrier sans leur écrire.

Mais, quoique je ne connaisse personne dans mon quartier, j'y suis dans une si mauvaise réputation, que je serai, à la fin, obligé de le quitter. Il y a cinq ans que je fus rudement insulté par une de mes voisines pour avoir fait la dissection d'un chien qu'elle prétendait lui appartenir. La femme d'un boucher, qui se trouva là, se mit de la partie, et, pendant que celle-là m'accablait d'injures, [?141?] celle-ci m'assommait à coups de pierres, conjointement avec le docteur, qui était avec moi, et qui reçut un coup terrible sur l'os frontal et occipital, dont le siège de sa raison fut très ébranlé.

Depuis ce temps-là, dès qu'il s'écarte quelque chien au bout de la rue, il est aussitôt décidé qu'il a passé par mes mains. Une bonne bourgeoise, qui en avait perdu un petit, qu'elle aimait, disait-elle, plus que ses enfants, vint l'autre jour s'évanouir dans ma chambre; et, ne le trouvant pas, elle me cita devant le magistrat. Je crois que je ne serai jamais délivré de la malice importune de ces femmes, qui, avec leurs voix glapissantes, m'étourdissent sans cesse de l'oraison funèbre de tous les automates qui sont morts depuis dix ans.

Je suis, etc.

Tous les savants étaient autrefois accusés de magie. Je n'en suis point étonné. Chacun disait en lui même: "J'ai porté les talents naturels aussi loin qu'ils peuvent aller; cependant un certain savant a des avantages sur moi: il faut bien qu'il y ait là quelque diablerie."

A présent que ces sortes d'accusation sont tombées dans le décri, on a pris un autre tour, et un savant ne saurait guère éviter le reproche d'irréligion ou d'hérésie. Il a beau être absous par le peuple: la plaie est faite; elle ne se fermera jamais bien. C'est toujours pour lui un endroit malade. Un adversaire viendra, trente ans après, lui dire modestement: "A Dieu ne plaise que je dise que ce dont on vous accuse soit vrai! Mais vous [?142?] avez été obligé de vous défendre." C'est ainsi qu'on tourne contre lui sa justification même.

S'il écrit quelque histoire et qu'il ait de la noblesse dans l'esprit et quelque droiture dans le coeur, on lui suscite mille persécutions. On ira contre lui soulever le magistrat sur un fait qui s'est passé il y a mille ans, et on voudra que sa plume soit captive, si elle n'est pas vénale.

Plus heureux cependant que ces hommes lâches qui abandonnent leur foi pour une médiocre pension; qui, à prendre toutes leurs impostures en détail, ne les vendent pas seulement une obole; qui renversent la constitution de l'empire, diminuent les droits d'une puissance, augmentent ceux d'une autre, donnent aux princes, ôtent aux peuples, font revivre des droits surannés, flattent les passions qui sont en crédit de leur temps, et les vices qui sont sur le trône; imposant à la postérité d'autant plus indignement qu'elle a moins de moyens de détruire leur témoignage.

Mais ce n'est point assez pour un auteur d'avoir essuyé toutes ces insultes; ce n'est point assez pour lui d'avoir été dans une inquiétude continuelle sur le succès de son ouvrage. Il voit le jour enfin, cet ouvrage qui lui a tant coûté: il lui attire des querelles de toutes parts. Et comment les éviter? Il avait un sentiment; il l'a soutenu par ses écrits; il ne savait pas qu'un homme, à deux cents lieues de lui, avait dit tout le contraire. Voilà cependant la guerre qui se déclare.

Encore s'il pouvait espérer d'obtenir quelque considération! Non. Il n'est tout au plus estimé que de ceux qui se sont appliqués au même genre de science que lui. Un philosophe a un mépris souverain pour un homme qui a la tête chargée de [?143?] faits, et il est, à son tour, regardé comme un visionnaire par celui qui a une bonne mémoire.

Quant à ceux qui font profession d'une orgueilleuse ignorance, ils voudraient que tout le genre humain fût enseveli dans l'oubli où ils seront eux-mêmes.

Un homme à qui il manque un talent se dédommage en le méprisant: il ôte cet obstacle qu'il rencontrait entre le mérite et lui, et, par là, se trouve au niveau de celui dont il redoute les travaux.

Enfin, il faut joindre à une réputation équivoque la privation des plaisirs et la perte de la santé.


De Paris, le 26 de la lune de Chahban 1720.

Un hombre no es desdichado a causa de la ambición, sino porque esta lo devora. Barón de Montesquieu ( Charles Louis de Secondat ) Escritor y filósofo francés.



2 comentarios:

  1. CXLVA pesar de exponer los valores que la construcción de una sociedad requiere, la obra de Montesquieu no oculta su profundo pesimismo en lo que a la naturaleza humana atañe. En su opinión, los hombres mediocres terminan triunfando en una sociedad, porque los hombres de espíritu resultan siempre incómodos. Éstos últimos no tienen un gran número de amistades y evitan las masas. Constantemente critican la sociedad en la que viven porque se percatan de lo que a otros les pasa desapercibido y no conceden importancia a los detalles que conducen al éxito en sociedad. Los mediocres, en cambio, se pierden en el detalle y están en todas partes, con lo cual conquistan la aprobación universal. Por lo que a los hombres sabios respecta, su situación es aún peor que la de los hombres de espíritu. Con frecuencia son despojados de todos sus bienes, desterrados de la sociedad y condenados por brujería. (Carta CXLV)

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  2. Tanto eruditos como científicos son censurados por imprácticos. Por el gusto de transitar una antigua vía romana, el erudito que hemos mencionado pasa siempre por ella aunque sea muy incómoda y rodee más de una legua. Del mismo modo, en una carta enviada a Uzbek, un científico expone lo siguiente:

    Yo soy un hombre que toda la noche la ocupo en observar con anteojos de treinta pies esos vastos cuerpos que giran encima de nuestras cabezas; y cuando me quiero desahogar, cojo mis microscopios y contemplo un arador o una hormiga. No soy rico y no tengo más que una pieza, donde no me atrevo a encender lumbre a causa de mi termómetro, que se elevaría con calor artificial. El invierno estuve a pique de morirme de frío... [...] Soy poquísimo comunicativo, y no conozco ni uno siquiera de todos mis vecinos; pero hay un sujeto en Estocolmo, otro en Lipsia y otro en Londres, que no he visto en toda mi vida, y que sin duda nunca veré, con los cuales tengo una correspondencia tan tirada...
    CARTA CXLV

    A todo esto, Montesquieu concluye que los sabios "es fuerza que se resignen a una reputación equívoca, a privarse de los placeres y a perder la salud".

    Entre los cortesanos hay muchos y variados ejemplos de futilidad, pero de todos ellos quizá los más inútiles hayan sido los llamados "noveleros". Solían reunirse en las Tullerías, para presumir de analistas políticos que todo lo predecían y de que toda intriga podía ser descubierta por ellos.

    Estos son los miembros más inútiles del estado, y cincuenta años de sus habladurías han producido el mismo efecto que hubiera resultado de cincuenta de silencio.

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